
Frente al Románico, que es un arte rural, el Gótico se desenvuelve en las ciudades, núcleos de población que experimentan en estos siglos un vertiginoso crecimiento en torno a los burgos, barrios en los que se asentaban los burgueses, gentes que se enriquecieron gracias a su trabajo, la mayor parte de las veces de carácter artesanal. Si la nobleza impulsó en su momento un arte rural y jerarquizado como era el románico, la burguesía urbana, la nueva clase triunfante, desarrollará un arte urbano, impregnado además de un nuevo sentimiento religioso (más humano y emotivo) y de una sensibilidad más realista y que en el arte se manifiesta de forma más naturalista.

La vida burguesa permitió el acceso a la cultura de otras personas que no fuesen monjes o clérigos. Allí se asentaban "las escuelas urbanas” en las que se custodiaba el saber de la época y que, más tarde, dieron lugar al nacimiento de las universidades. Una de las más representativas era París integrada por las facultades de Derecho, Medicina, Teología y Artes. Junto a la de París sobresalen Bolonia, Oxford y Cambridge. Este enriquecimiento mental del mundo civil vino acompañado de un importante desarrollo económico que creó por primera vez, desde el ocaso de Roma, la figura del cliente. Los monasterios habían producido para ellos mismos. Ahora cualquiera que estuviese capacitado podía producir para satisfacer la demanda de una clientela variada y libre. Aparecieron así artífices independientes, auténticos hombres de negocios, dedicados a construir, esculpir, pintar, tejer, cincelar para servir a una extensa clientela.